La producción anual de pescado de Argentina podría alimentar sin problemas a toda su población y sin embargo le sigue “dando la espalda al mar”. Mientras los pescadores artesanales siguen sin apoyo, el país mira con preocupación cómo el Atlántico Sur se consolidó como el escenario de una guerra cuyo epicentro son las Islas Malvinas.
“Siempre digo que Argentina es un país de espaldas al mar”, dijo a Sputnik Néstor Roche, presidente de la Unión Argentina de Pescadores Artesanales (UAPA). La afirmación, reiterada por varios actores en la historia del país sudamericano, refiere al contrasentido de que un país con más de 5.000 kilómetros de costa sobre el océano Atlántico tenga un consumo de pescado muy por debajo de la media mundial.
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En efecto, mientras el promedio del mundo come anualmente unos 20 kilos de pescado por persona, los argentinos no pasan de cinco kilos por persona. “Acá la gente solo consume pescado cuando se lo ordena el médico”, agregó Roche, en relación a que los argentinos se vuelcan al consumo de carne blanca únicamente cuando tienen problemas de colesterol.
La paradoja es todavía mayor al repasar la reciente Ley de Espacios Marítimos promulgada el 25 de agosto de 2020, que oficializó el nuevo mapa bicontinental de Argentina, incluyendo la extensión de su límite marítimo de 200 a 350 millas náuticas aprobada por Naciones Unidas en 2016. El mapa también incorpora a las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur y una porción de la Antártida de 965.597 kilómetros cuadrados.
La nueva fisionomía argentina convierte al país en un gigante del Atlántico Sur con una posición estratégica en aguas que históricamente han sido ricas en especies demersales (como se denomina a los peces que viven en las profundidades de los litorales) y calamares. La Merluccius hubbsi o merluza argentina, es el recurso más importante tanto en aguas propias como del vecino Uruguay, representando, según autoridades, el 30% del total de pesca declarado.
En ese contexto los pescadores artesanales argentinos se mueven cada madrugada en la que se lanzan al mar. Para Roche, es difícil aportar una cifra exacta de cuántos pescadores artesanales hay en la actualidad en las costas argentinas, ya que muchos ingresan o abandonan la actividad de forma fluctuante.
Sin embargo, sí remarcó que la pesca artesanal sigue siendo una actividad clave para muchos argentinos en tiempos de crisis económica. “Cada vez que hay una crisis mucha gente se vuelca a la pesca”, afirmó, en relación a la salida laboral que representa la pesca especialmente en las localidades costeras de la provincia de Buenos Aires.
Si bien también hay pescadores artesanales en los ríos del país, la UAPA abarca a los pescadores artesanales que día a día se lanzan a las aguas del océano Atlántico y que están diseminados a lo largo de cuatro provincias: Buenos Aires, Río Negro, Chubut y Santa Cruz. Precisamente, el hecho de que cada provincia exija cumplir requisitos diferentes —y según Roche muchas veces difíciles de cumplir por los pescadores —hace que la actividad siga padeciendo una gran informalidad, especialmente en épocas en que adentrarse al mar puede ser más accesible que en otras épocas: “Ahora puede salir una persona sola con un kayak”.
Roche describió dos tipos de pescadores artesanales: aquellos que se embarcan y luego colocan el producto directamente en mercados locales y los que remiten el pescado a plantas para su procesamiento y posterior exportación. Mientras el mercado interno sigue siendo bajo, Argentina vendió, en 2019, 479.832 toneladas de productos pesqueros al exterior, lo que significó un ingreso de 1.863 millones de dólares.
De acuerdo a datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), el producto pesquero más exportado fueron los langostinos con 165.475 toneladas a un precio total de 1.052 millones de dólares, seguido por la merluza argentina, variedad de la que se exportaron 110.491 toneladas por un total de 276 millones de dólares.
China fue el primer comprador de pescado durante 2019 con más de 107.700 toneladas y con bastante distancia de España, el segundo mayor destino de las exportaciones argentinas de pescado, con 78.068 toneladas adquiridas durante el año.
A pesar de que los números parecen auspiciosos, Roche lamentó que los pescadores artesanales se benefician muy poco de esta industria. Su producción se considera de mayor calidad que la de las grandes embarcaciones que pescan con arrastre pero ese diferencial queda diluido luego en el mercado. “No tenemos una planta que procese específicamente el pescado artesanal, por lo que esa calidad se pierde entre el resto del pescado”, explicó.
Así, los pescadores artesanales que venden a plantas industriales deben contentarse con obtener los mismos precios a los que venden los grandes pesqueros, a pesar de haber hecho esfuerzos mayores y presentar un producto de mayor calidad.
Para los pescadores artesanales, sería fundamental que tanto el Estado nacional como los gobiernos provinciales apoyaran al sector, de forma de promover la exportación de productos de calidad y, a la vez, fomentar una industria que sigue menospreciada para los argentinos. De hecho, las 781.304 toneladas de pescado desembarcadas en 2019 podrían haber alimentado —a razón de 20 kilos anuales por persona— a unas 39 millones de personas.
La pesca ilegal del calamar y la Guerra de las Malvinas
A los problemas que enfrentan los pescadores artesanales se suma otra cuestión que preocupa a los argentinos dedicados al mar desde hace años y que puede incluso empeorar con la extensión de la plataforma marítima : la pesca ilegal en aguas del Atlántico Sur.
En efecto, la riqueza pesquera de la zona no es solo un atractivo para los pescadores argentinos sino para buques que llegan desde otras latitudes a extraer el recurso sin contar con habilitaciones de la autoridad nacional. Al producirse mar adentro, estos barcos no apuestan por la merluza y otras especies demersales sino que van por el Calamar illex, una especie que abunda en el Atlántico Sur y que tiene una fácil colocación en el mercado internacional.
Y si bien hay pesqueros argentinos dedicados a esta actividad —se trata del segundo producto pesquero en importancia para el país después de la merluza argentina— gran parte de la pesca de calamares illex queda a cargo de barcos chinos, españoles, taiwaneses o coreanos que echan sus redes en aguas que deberían ser controladas por autoridades locales. .
Roche transmitió la preocupación de los pescadores por esta situación. “Por más que a los pescadores artesanales de la costa no les cambie tanto su pesca, la pesca ilegal produce un desequilibrio en todo el ecosistema”, lamentó.
Para intentar combatir este problema, el Congreso argentino terminó de aprobar en septiembre, y a instancias del Ejecutivo, una ley que aumenta las multas a los barcos que son encontrados pescando ilegalmente en aguas argentinas. Las nuevas multas están expresadas en Unidades de Pesca (UP) —equivalentes al precio de un litro de gasoil— y varían entre 1.000 UP (770 dólares) y 300.000 UP (231.000 dólares).
Roche consideró que, además de las sanciones, Argentina debería mejorar su presencia militar en el mar para mejorar las capacidades de vigilancia y detención de pescadores furtivos. La preocupación es compartida por Mario Volpe, excombatiente de la Guerra de las Malvinas y vicedirector del Museo Malvinas, quien dijo a Sputnik que en la actualidad la Armada argentina solo cuenta un patrullero oceánico dedicado a la tarea de vigilancia y un solo avión para controlar desde el aire.
Volpe propuso que la Fuerza Aérea ceda alguno de sus aviones a la Armada y deslizó la idea de generar “controles civiles” en la zona marítima argentina, a través de barcos pesqueros que, con combustible subvencionado por el Estado, puedan ir más allá de la milla 200 —el viejo límite marítimo— para pescar en aguas internacionales para “competir y hacer un poco de presión sobre los barcos chinos y taiwaneses”.
“Si no tenemos barcos ahora hay que alquilarlos y que pesquen, mientras comenzamos el desarrollo de barcos en astilleros”, proyectó Volpe, remarcando la necesidad de que Argentina lance una nutrida flota pesquera al Atlántico Sur.
Como excombatiente, Volpe tiene claro que la cuestión Malvinas también tiene un peso clave en el problema de la pesca ilegal en el Atlántico Sur. En ese sentido, reivindicó que el Reino Unido no solo mantiene su ocupación sobre las islas, sino sobre los mares circundantes, ricos en recursos pesqueros. De hecho, las dos principales actividades económicas de las Islas Malvinas son la pesca de Calamar illex y el otorgamiento de permisos pesqueros en zonas en las que, según Argentina, los británicos no deberían tener injerencia.
Volpe mencionó especialmente el circuito comercial que une a las Malvinas con España, ya que la producción de calamar que sale desde las islas va directamente al puerto de Vigo, donde según el experto hay “más de 6.000 puestos de trabajo relacionados con la pesca de Malvinas”. El excombatiente insistió en que el proceso de Brexit podría marcar un mojón en favor de Argentina, ya que la producción isleña podría comenzar a ser considerada, por primera vez, como extracomunitaria.
La estrategia de la presión también es, según Volpe, necesaria en este punto, ya que Argentina debe moverse rápidamente para “evitar que nos cambien los barcos de bandera o que esos cargamentos aparezcan ingresando pesca de ellos sin pagar las tasas”. En ese sentido, el vicedirector del Instituto Malvinas remarcó que contar con el apoyo político de España sería fundamental en este punto.
En la misma línea, Volpe también sueña con la conformación de una “pesca latinoamericana”, es decir, un ámbito que agrupe a los países de América Latina en torno a una misma “visión” en materia de pesca. “Podríamos ejercer más presión en ese sentido”, ilustró. Fuente Sputnik, por Sergio Pintado