Argentina despliega cada verano más de doscientos científicos en distintas bases y campamentos en diferentes locaciones antárticas para avanzar en investigaciones y monitoreos biológicos, meteorológicos, geológicos, físico-químicos o glaciológicos entre otros campos del conocimiento.
Con más de 100 años de historia antártica, la Argentina es uno de los países con mayor despliegue en el continente blanco, capacidades que se incrementan a través de proyectos puestos en marcha durante 2022 como la reactivación de la base Petrel, la puesta en marcha de la Base Naval Integrada en Ushuaia y el acuerdo del astillero estatal Tandanor con la firma sueca que construyó el Rompehielos “Almirante Irízar” para diseñar y construir un nuevo buque polar.
La producción científica constante en el continente blanco, que en algunos casos sostiene series de datos de más de un siglo, le dan a la Argentina un rol preponderante a nivel global en los debates sobre los efectos del cambio climático.
En la actualidad, todas las investigaciones científicas que la Argentina impulsa en la Antártida son coordinadas por el Instituto Antártico Argentino (IAA), que el 17 de abril de 1951 se convirtió en el primer organismo público del mundo dedicado a la ciencia antártica.
Con siete bases permanentes y seis de verano la Argentina es el país con mayor despliegue territorial al servicio de la ciencia en la Antártida, que es sostenido a través del sistema logístico coordinado por el Comando Conjunto Antártico (Cocoantar) y que incluye al “Almirante Irízar”, helicópteros de la Fuerza Aérea y de la Armada, aviones de transporte Hércules C-130, y buques de carga.
Durante 2022 además avanzaron los trabajos para recuperar la Base Petrel, que le permita operar a la Argentina dos pistas aéreas a nivel del mar junto a un muelle que facilita la logística multimodal, se comenzaron las obras de la base naval integrada en el puerto fueguino de Ushuaia y se adquirieron nuevos helicópteros navales SeaKing para fortalecer las capacidades del “Almirante Irízar”.
La presencia sobre el cielo antártico de nubes conformadas por compuestos nitrogenados, cloratos, bromatos y otros gases de origen industrial que capturan oxígeno e impiden la reposición del ozono destruido por los rayos solares en la estratósfera es apenas uno de los parámetros relevados por los investigadores del Instituto Antártico Argentino (IAA) y que son reconocidos a nivel internacional en las discusiones sobre el avance del cambio climático.
La doctora en Física, investigadora del Conicet y jefa a cargo del departamento de Ciencias de la Atmósfera del IAA, Adriana Gulisano, afirmó que “nuestro campo de investigación abarca todos los fenómenos registrables desde el suelo hasta el espacio. Por lo que es muy amplio y diverso; hacemos tanto un monitoreo de la capa de ozono como meteorología espacial u observación del espacio“.
La investigadora sostuvo que, “además del monitoreo de la capa de ozono, realizamos el relevamiento de las nubes estratosféricas polares, que no están formadas siempre por agua o hielo, sino por ácido nítrico o ácido sulfúrico y presentan compuestos nitrogenados, cloratos o bromatos, que capturan el oxígeno atómico liberado cuando los rayos solares destruyen el ozono, impidiendo que este gas se vuelva a formar“.
Y advirtió: “Estos gases producidos en procesos industriales o los clorofluorocarbonos (agentes que reducen la capa de ozono) de los aerosoles domésticos y otros compuestos halogenados son muy estables por lo que demoran mucho tiempo en liberar el oxígeno que capturan. Nosotros necesitamos que la tasa de combinación del oxígeno para crear ozono sea mayor que la destrucción de ese gas en la estratósfera, y estos gases ponen en riesgo ese equilibrio“.
Investigadores del Servicio Meteorológico Nacional (SMN) instalaron en la base Marambio un instrumento destinado a monitorear la concentración de partículas de carbono en la atmósfera, cuya presencia colabora con la aceleración del derretimiento de ambos polos del planeta, para evaluar su impacto en el clima y la salud de las personas.
De un tamaño menor al de un grano de sal final, estas partículas se originan en la quema de combustibles fósiles en medios de transporte o la industria; en la quema de biomasa, principalmente la usada para cocinar y calentar los hogares y por incendios forestales.
Estas concentraciones de carbono negro que quedan en suspensión son llevadas luego por las corrientes atmosféricas hacia los polos del planeta, donde oscurecen la superficie del hielo limitando su capacidad de reflejar la luz solar y acelerando su derretimiento.
Marcela Libertelli, licenciada en ciencias biológicas y jefa del Departamento de Biología de Predadores Tope del IAA, afirmó que, “en lo que respecta al estudio de aves en la Antártida, además de monitorear al pingüino emperador también estudiamos a los pingüinos del género Pygoscelis, que son el Adelia, el Barbijo y el Papúa. Son más pequeños pero más numerosos, y también aves voladores como petreles gigantes, petreles de las tormentas o cormoranes entre otros”.
El cambio climático ha puesto en severo riesgo de extinción al pingüino emperador que habita la Antártida en los próximos 30 a 40 años, ya que depende del mar congelado para completar su ciclo de vida, advirtió una experta del Instituto Antártico Argentino (IAA).
Las investigaciones científicas de la Argentina en la Antártida no se limitan a lo que sucede en sus mares o sobre el continente, la base Belgrano II es el emplazamiento sobre tierra firme más cercano al Polo Sur, lo que abrió la puerta durante 2022 a los trabajos para instalar allí antenas de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae) que aumenten la capacidad de operar los satélites SAOCOM, y también la cúpula del Observatorio Robótico Antártico Argentino, que será teleoperado desde Buenos Aires por investigadores del Instituto Antártico Argentino (IAA), el Conicet y el Instituto de Astronomía y Física del Espacio (IAFE).
Fuentes: Unidiversidad / Julio Mosle para Télam