El pescador Jorge López amarró su canoa en la costa, a la que la bajante histórica del río Paraná había hecho más grande. En eso estaba cuando miró el fondo y vio algo: parecía un eslabón de cadena, pero de cadena antigua y grande, de las que se forjaban pieza a pieza y a mano. Tiró, y era una cadena nomás, una parte al menos. Esto pasó no tantos días atrás, y ahora se está comprobando si, como se sospecha, dio por casualidad con un fragmento de una pieza singular en la historia argentina, una de las barreras que se tendieron de costa a costa en la Vuelta de Obligado en 1845 para cerrar el paso a buques británicos y franceses, en una de las batallas más heroicas que se libraron en la Argentina, tanto, que su fecha, el 20 de noviembre, se convirtió en el Día de la Soberanía Nacional.
La batalla tuvo lugar donde se ubicaba la principal fortificación argentina, emplazada en la caprichosa Vuelta de Obligado, donde el Paraná se estrecha hasta tener sólo 700 metros de ancho en su cauce principal. Pero además, allí mismo gira sobre sí en un recodo pronunciado lo que dificultaba la navegación a vela, más tratándose de buque cargados de mercancías como las que transportaban las naves de la flota, en busca de imponer el libre comercio eludiendo –y desafiando– a la Aduana de Buenos Aires y a la Confederación, al mando del brigadier Juan Manuel de Rosas.
Las tropas argentinas estaban lideradas por el general Lucio Mansilla –quien según nuevas investigaciones históricas se apellidaba en realidad Mancilla– quien hizo tender tres gruesas cadenas que pesaban más de 9 toneladas, de costa a costa, sobre 24 lanchones. La increíble barrera en sí representó un hito: los propios pobladores participaron de su forja, para lo que entregaron las piezas de metal de sus casas, y prácticamente todos los residentes de entonces de lo que hoy es Obligado, parte del partido bonaerense de San Pedro, cumplieron algún papel en la construcción.
Enfrente tenían a un enemigo poderoso: la escuadra anglo-francesa había llegado con el pretexto de mediar en una pacificación entre Buenos Aires y Montevideo, pero buscaban en realidad establecer un vínculo comercial directo, desconociendo a la autoridad nacional, con Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes.
En los primeros días de noviembre de 1845 ya surcaban las aguas del río Paraná 11 de los 22 barcos de guerra que habían llegado al Río de la Plata, una custodia para una mucho más numerosa flota de 92 buques mercantes. Portaban 418 cañones y tenían 880 soldados, mientras que las tropas nacionales sólo le podían oponer seis buques mercantes y cañones en mucho menor cantidad, y de menor calibre.
En la ribera derecha del río Mansilla montó cuatro baterías artilladas con 30 cañones, con 160 artilleros: la Restaurador Rosas al mando de Álvaro José de Alzogaray; la General Brown, con el teniente de marina Eduardo Brown, hijo del almirante al frente; la General Mansilla, comandada por el teniente de artillería Felipe Palacios, y una cuarta de reserva, aguas arriba de las cadenas: Manuelita (nombre de la hija de Rosas), responsabilidad del teniente coronel Juan Bautista Thorne.
El 20 de noviembre de 1845, al amanecer, comenzó la batalla, cuando tres lanchones argentinos que patrullaban al río fueron atacados por la artillería de la flota extranjera.
Tras varias horas de combate, las municiones de las baterías se habían agotado, y tropas británicas y francesas iniciaron el desembarco. Se estima que la batalla dejó 250 muertos y 400 heridos entre las fuerzas de defensa. Las barcazas que sostenían las cadenas por encima del espejo de agua fueron incendiadas. Pero la flota había quedado con su nave insignia a la deriva, sin ancla, cuya cadena fue cortada por una certera salva, y con dos bergantines seriamente averiados y fuera de combate, y otras naves con daños importantes.
“Hoy he visto lo que es un valiente. Empezó el fuego a las 9 y media y duró hasta las 5 y media de la tarde en las baterías, y continúa ahora entre el monte de Obligado el fuego de fusil (son las 11 de la noche). Mi tío ha permanecido entre los merlones (lienzos de parapeto) de las baterías y entre las lluvias de balas y la metralla de 120 cañones enemigos”, escribió Sabino O’Donnell, médico de las tropas nacionales.
Las cadenas fueron rotas a martillazos y los buques pasaron. Mansilla sobrevivió, y poco después libraba otra batalla: comandó a las tropas de la Confederación en un nuevo ataque a la misma flota aguas arriba, en lo que la historia registra como el Segundo Combate de San Lorenzo y la Batalla de Punta Quebracho.
La heroica defensa de Vuelta de Obligado marcó para siempre el devenir político del país y sigue dividiendo hoy a quienes trazan ocultas alianzas con poderes foráneos y quienes se plantan en defensa de la autonomía nacional.
“Me siento re-emocionado por el hallazgo”, dijo López cuando las piezas que encontró ya habían sido revisadas por el Grupo Conservacionista del Museo Paleontólogico de San Pedro. “Están a diez metros de donde estaban atadas en el monolito. Nosotros no tenemos dudas de que son de la batalla, tienen el grosor que Mansilla indica en sus notas, la oxidación que corresponde a los objetos que han estado sumergidos vinculados a la batalla, están colgando incrustadas en la roca, en la pared del río”, precisó José Aguilar, paleontólogo e integrante de la ONG. Y marcó que por la bajante extraordinaria del río Paraná “éste es un momento ideal para retirar la cadena que está agarrada a la barranca”.
Aguilar recordó que años atrás, otro pescador encontró un tramo de casi un metro, prácticamente igual, en la misma zona. Y antes, en 2013, se habían encontrado en la zona seis eslabones más y un grillete, piezas a las que investigadores identificaron también como parte de uno de los tendidos de cadenas que se montaron como heroica estrategía de resistencia por una comunidad que, aún sabiéndose en inferioridad de fuerzas, se predispuso a dar batalla. Fuente: El Ciudadano